Washington Irving
Washington Irving llegó a España llamado por el embajador estadounidense para estudiar en El Escorial los documentos que hablaban sobre El Nuevo Mundo.
Bastantes años después fue nombrado embajador, pero antes de eso el escritor tuvo la ocasión de llegar a la ciudad de Granada. Los locales cuentan que cuando este llegó a la Alhambra se le presentó un personaje llamado Chorrojumo quien se denominaba como el de rey de los gitanos.
Irving estuvo en 1828 en la capital granadina y quedó tan maravillado que volvió un año después, cuando escribiría en las habitaciones de los palacios nazaríes sus famosos “Cuentos de la Alhambra”, concretamente en el palacio renacentista llamado del Emperador, llamado así ya que fue Carlos V quien mandó construirlo en 1528. La ambientación y sus estudios de los documentos de Granada junto con las historias contadas por los autóctonos dieron lugar a sus famosos cuentos, que finalmente publicaría en Filadelfia en 1932. Sus viajes por España y su profundo conocimiento de la historia y sociedad española le hace ser considerado uno de los primeros hispanistas en el mundo. Como homenaje al autor podemos encontrar una placa en el mismo palacio donde empezó a escribir los cuentos, una dedicatoria junto a la puerta de la justicia y una figura proclamándolo hijo de la Alhambra.
Según palabras de W. Irving...:Chorrojumo |
«Nos decidimos a viajar como el auténtico contrabandista, aceptando todo como viniere, bueno o malo (...) Este es ciertamente el verdadero modo de viajar en España. Con un estado de ánimo así ¡qué país éste para el viajero, en el que la más mísera posada llena de aventuras, como un castillo encantado!...»
«En Gandul encontramos una tolerable posada. Aquella buena gente no supo ni decirnos la hora que era porque el reloj del pueblo tan sólo sonaba una vez durante todo el día, a las 2 de la tarde, y hasta esa hora, todo era elaborar conjeturas»
«La presencia de extranjeros como nosotros era algo inusitado en los pueblos del interior; un acontecimiento de este tipo asombra y pone fácilmente en conmoción a los pueblecitos españoles»
«Para el viajero imbuido de sentimiento por lo histórico y lo poético, tan inseparablemente unido en los anales de la romántica España, es la Alhambra objeto de devoción como lo es la Caaba para todos los creyentes musulmanes»
«No he encontrado un español, por pobre que sea, que no tenga pretensiones de alta estirpe. Fue, sin embargo, el primer título de este harapiento ilustre el que me había cautivado por completo (...) Hijo de la Alhambra (...) Comprobé entonces que me unía una inestimable familiaridad con este hijo de la Alhambra, conocedor de todas sus leyendas en las que creía a pie juntillas» «Hay dos clases de gente para quienes la vida es una fiesta continua: los muy ricos y los muy pobres. Unos, porque no carecen de nada; los otros, porque no tienen nada que hacer; pero no hay nadie que entienda mejor el arte de no hacer nada y de nada vivir, como las clases pobres de España. Una parte de ellos se debe al clima y lo demás al temperamento. Dadle a un español sombra en verano y sol en invierno, un poco de pan, ajo, aceite y garbanzos, una vieja capa parda y una guitarra y ruede el mundo como quiera»
«Allí Me detuve para dirigir una última mirada sobre Granada. La colina en que me encontraba domina un maravilloso panorama de la ciudad, la vega y los montes que la rodean, y está situda en la parte del cuadrante opuesto a la Cuesta de las Lágrimas, famosa por el último Suspiro del Moro. Ahora podía comprender algo de los sentimientos experimentados por el pobre Boabdil cuando dio su adiós al paraíso que dejaba tras él y contempló el áspero y escarpado camino que lo conducía al destierro»
Antequera y la moda de París: «En cuanto a las mujeres, todas llevan mantillas y basquillas. Las modas de París no habían llegado a Antequera (...) Había gran abundancia de frescas rosas recién cogidas; ni una sola dama o damisela andaluza cree completo su vestido de gala sin que la rosa luzca como una perla entre sus negras trenzas»
«Modelo de perfecto andaluz, bravo y fanfarrón (...) llevaba siempre el sable en mano o bajo el brazo y no lo soltaba nunca, lo mismo que una niña con su muñeca...»
«Toda esta parte de Andalucía es pródiga en estos tipos tan pintorescos que vagan ociosos por pueblos y ciudades, sobrados, según parece, de tiempo y dinero; les basta un caballo que montar y un arma que llevar. Muy locuaces, grandes fumadores, tocan hábilmente la guitarra, dan serenatas a su bella maja y bailan muy bien el bolero (...) Por toda España, los hombres aunque sean de condición humilde, tienen un concepto poco caballeresco de la ociocididad; creen al parecer, que el no tener prisas jamás es atributo del verdadero caballero...»
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