El bandolerismo como fenómeno, no se puede reducir a una determinada época histórica, ni ubicarlo en ciertas zonas geográficas, muy al contrario y por norma general va ligado al comienzo de la humanidad y en particular a la opresión y al descontento social.
En España el hecho del pillaje, del hurto y de la rebelión ya es constatable en la época romana, donde Viriato era calificado como capitán de bandoleros, que tras su muerte fue apellidado como “bandido”.
Podríamos continuar con los almogávares, siempre habitantes de las fronteras y buscando el sustento de sus personas en sus enemigos o los monfíes, moriscos salteadores, atacantes de los habitantes de las llanuras.
En ocasiones los bandoleros, llegaron a desafiar ciudades enteras, como Diego Ordóñez que retó a Zamora y otros como Guinarte, Cadrell y el de Miñon que se atrevieron contra Barcelona, Lérida o Gerona (siglo XVI).
Coincidiendo con el nacimiento de la novela picaresca, el bandolero se transforma en pícaro, con la habilidad mental y física que le caracteriza.
Ya de esta época se nos traslada a la concepción más clásica del bandolero, en ocasiones cruel y violento y en otras luchador y activo por las causas más desfavorecidas.
El rasgo característico del bandolerismo, aquel en el cual se sintetiza todo lo que impone temor y causa alarma, es la complicidad de las clases elevadas y de las personas que ocupan posición o anarquía social, cuando la corrupción llega al a este extremo, ningún resorte social es positivo.
Pero va a ser el reparto de tierras y las imposiciones que esto conlleva, junto con el empobrecimiento de la población más acentuada por la invasión francesa, la que de pie al florecimiento del fenómeno durante el siglo XVIII.
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